lunes, febrero 09, 2009

A la naranja sabe mejor


Hay rallos luminosos que atraviezan la ciudad, y que en muy pocas ocaciones me molestan al tratar de despertar; pero que, como se han de imaginar, esta vez me despertaron. Entre la nubosidad de la mañana y estas lagañas que llegan junto a la primavera, me llega un aroma dulce y antojable, es ese aroma olvidado y perdido en medio de la urbe y de la contaminación, de aquellos monstruos mecánicos que a diario hacen temblar el pavimento, cuya gris masa borró el verde pasto, esas pequeñas varas verdes que me hacían cosquillas al caminar; es el aroma de los vegetales frescos, que según mi memoria me dicta no recordar ya hace varios años.


Por la ventana logró ver salir un pequeño humo, limpio, transparente, mientras las manos de aquella mujer corta poco apoco las zanahorias, desgrana los chicharos, pela y rebana en cuadros esas papas que acaba de quitar de la tierra que yace a mi lado; y sobresalen también esos tomates cuyo rojo destaca de la sangre; redondo, jugoso y lleno de sabor... al parecer hoy habrá cena extravagante y por el olor, deliciosa.


A pesar de que llevo ya bastante tiempo sólo observandolos cenar, hay algo en medio de mi soledad que me asegura que estaré muy cercano a ellos en poco tiempo. De repente la mirada de la mujer se torna al perdida, abre cajones, se caen vasos al piso, se agacha y de la nada un destello me cega, fue el flashazo de la luz reflejando en un cuchillo largo y afilado, corre a la puerta, la abre con fuerza, busca entre el pasto, para después mirarme ferózmente.


En una mano 2 naranjas, en la otra un cuchillo, y en su boca saliba escurriendo, creo no era buena señal, pero decidí quedarme quieto, sin producir ni un sólo sonido, pensé que no me vería, algo estúpido mi pensamiento, ya que sus ojos estaban fijos en mi, avanzó 3 pasos grandes, me tomo del cuello y en cámara lenta fui sintiendo un crujido que aún retumba en mi cabeza, poco a poco mi cuello se desplomó y deje de sentir lo que durante un tiempo me hacía sentir... vivo.


Lo último que logró recordar, fueron las voces en mi cocida piel... ¡Qué rico pollo a la naranja! Al menos lo sentí como un gran halago.


El Abuelo.

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