El sol se levanta con fuerza y va pintando cada hectárea de asfalto con sus tonos dorados. El aire está limpio, se siente fresco y reconfortante. Después de todo el abrir los ojos y saber que emprendiste el vuelo y no terminaste embarrado en el suelo, da una energía mágica que permite, poco a poco, empezar a ver las cosas desde otro punto de vista.
Las nubes dejan una sombra por las calles que se resumen a una cadena de actos irracionales que pintan una sonrisa en tu rostro y te deja ver más claro hacia dónde vas. Una vez que te diste cuenta que tú eres el importante y que en tus manos está el cambiar el entorno, simplemente todo se empieza a acomodar, a poner las cosas en el sitio que pertenecen.
Qué diferente es caminar ahora por estas calles. Con un brillo distinto en los ojos, sin miedo a exponerle al mundo tu verdad, tu esencia; y sin querer te comienzas a topar con gente que simplemente te dice lo que esperaste escuchar durante tanto tiempo, que ve lo que otros no, y ese simple acto marca la diferencia.
Hoy aprendí que sonreír es simplemente ponerle ese acento a la i, ese algo que hace falta para que sea una letra completa. No cuesta nada y se ve bien. Sin duda, un gran día.
El Abuelo.
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