domingo, febrero 13, 2011

El Diablo... 4 años después.

Antes que nada debo agradecer a todo el mundo las palabras de aliento y de buenas vibras que me han dado al regresar a este pequeño espacio que ya tengo desde hace 6 años. Y hoy en especial recibo una propuesta de subir un texto muy interesante de un anónimo que me pide un poquito del espacio. Leí el texto y me quedé enganchado... la pregunta es: ¿Realmente continuará? ¿Qué dicen ustedes? En fin, los dejo con esto que se titula:
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El Diablo 4 años después.

La última vez que lo vi, el abrigo negro le cubría hasta las rodillas, la bufanda se le enredaba en el cuello y me sonreía mientras su café humeaba. La perfecta imagen de una mañana de invierno. 15 de diciembre del 2007, me despedía del Diablo con la firme convicción de que no lo volvería a ver nunca más. Qué risa.

Ahora estoy aquí, sentada en el banco del parque dónde se me apreció por primera vez. Algunas cosas han cambiado desde ese entonces, he dejado de fumar y… bueno, supongo que no es mucho lo que él vería de diferente en mí.

Por el viento no siento las puntas de los dedos, la chaqueta no basta, la bufanda es muy corta. El cabello muy impaciente me acaricia toda la cara y las hojas me recuerdan la fragilidad del tiempo. “No existen las certidumbres”, me lo dijo una mañana, como quien da los buenos días. Pero yo estaba convencida de que se equivocaba; sí, estaba segura de que el Diablo carecía de mi sentido de la magia, y que sólo por eso, la posibilidad de que él estuviera en un error, era bastante lógico. Yo elegía posibilidad sobre probabilidad. Una vez más, qué risa.

“Parece que va a llover.”, reconocería esa voz en cualquier parte. Levanto la vista y él está ahí, sentado como si nada. Con una mano me quita el cabello de la cara y lo vuelvo a ver. Él a diferencia mía es otra persona. Ya sin lentes de pasta negra, sin ojos verdes, pero eso si con la misma presencia adictiva, el mismo olor que te hace cerrar los ojos y suspirar cada vez que se acerca a ti. Detengo el tiempo. Detrás de esa mirada, ahora de color miel, me rencuentro con el sentimiento, y muy para mi le digo “hola qué tal”

El Diablo me sonríe. “¿Tienes frío?”. Me sé tan bien el juego, que no puedo evitar mirarle con condescendencia. Pero por dentro sé que muero de frío, de miedo, de una ganas locas de abrazarle y decirle, sí llueve.

“Me estoy volviendo loca”, al fin logro confesarle. Pero él ya lo sabe, todo el tiempo lo ha sabido. El Diablo se reclina en el banco, pierde la mirada en la nada y suspira. Estoy casi segura de que el vaho que sale de su boca escribe mi nombre.

“¿Quieres tomar algo?”, me dice. Un taxi se estaciona frente a nosotros. El Diablo me toma de la mano, y como es costumbre, el rocé de su piel sobre la mía, me hace explotar y rendirme, a lo que sea. Siento como el taxi arranca y dejamos atrás el parque, con sus hojas y su fragilidad.

Nadie lo nota, pero un motón de mariposas blancas y rojas sigue al auto hasta por más de tres cuadras. Siempre he querido quedarme con una; la experiencia me ha enseñado que aunque por fin logres capturarla, la mariposa se desvanecerá, es que esa magia no pertenece a este lugar.

“¿Nos ahorramos el café y vamos directo a baile?” Me río de lo que me dice. Sabe que con esa simple pregunta lo recordaré todo. Los callejones fríos de Toledo, los martinis, el juego de cartas. “Cuatro años, parecen toda una vida, y de pronto a tu lado parecen sólo un suspiro. A ti no se te va nada, ¿verdad?” Me mira sonriendo, le devuelvo el ataque con una de mis más bellas sonrisas; se logra el efecto y el Diablo me deja de mirar. “Ya llegamos”.

Un lugar perdido por la condesa. Me ayuda a quitarme la chaqueta, suavemente me desliza la bufanda. Se quita el abrigo y ordena lo de siempre. ¿Qué pide el Diablo en una cafetería?, café negro, con más agua que café. Un té rojo para mi, muy caliente, con dos cucharadas de azúcar. No me quita la mirada de encima, hasta que el mesero interrumpe el duelo de miradas, que por cierto yo estaba apunto de perder.

Tomo la taza caliente con las dos manos, la acerco a mi boca y siento en los labios el vapor del té. Calor. El Diablo en un movimiento sorpresivo toma mi mano. Siento un cerillo que se enciende en mi pecho y en mi vientre. “Has estado pensando en mi.”

Sí, me respondo en silencio. Él con la taza en la mano me sigue diciendo, cual diablo, “¿Y el que te quitaba el sueño?, ¿ya no juega?”, “Eres lo peor. ¿Para que preguntas algo que de antemano ya sabes la respuesta?” “¿Él sabe que ahora sueñas conmigo?, ¿otra vez?”. “Lo sabe.”

“Cuéntame el sueño”. ¿Cómo negarme?, cierro los ojos, sonrío y empiezo a contar, a contar tal y como si fuera uno de mis mejores cuentos y como si él fuera un niño de cinco años que hay que impresionar antes de la hora de dormir.

Es de día. Los primeros rayos de sol, atraviesan las cortinas. La brisa mueve el rehilete de la ventana y gracias a eso se proyecta un arco iris sobre el blanco de las sábanas. Abro los ojos poco a poco, primero el izquierdo y luego el derecho. De lo primero que tomo conciencia es de las paredes altas del departamento y en segundo de mi desnudez. La sábana blanca me tapa sólo la mitad del cuerpo. No siento frio, al contrario, todavía siento el abrigo del sexo en toda la piel y se me escapa una risa. La mañana huele a café recién hecho y voy cazando con la mirada las prendas desparramadas por todo el lugar. ¿Estoy sola?, me pregunto. No hay nadie a mi lado, pero el corazón se siente satisfecho.

Abro los ojos, ahí termina el cuento. Increíble, pero el Diablo está enternecido, le dura una centésima de segundo, pero yo lo noto. Otro cerillo se enciende y el té no es suficiente para apagarlo.

…continuará…


Cris Rata.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

POR DIOS!!!!!!... yo digo que el diablo sí se enamora... muy cabrón...

ADANÍ

abuelo dijo...

Yo digo que muchas veces no queremos que esas mariposas desaparezcan...