Me encuentro en uno de esos momentos dónde la música melancólica se conecta a tus oídos y sólo sientes tus pisadas, fuertes y decididas sobre el camino, ese camino que siempre es cambiante y que ahora ha volteado a una dirección totalmente nueva.
Y mientras me pierdo en la inmensidad del tiempo, logro notar como el aire sopla, las nubes avanzan y el sol se esconde para dar paso a la luna que ilumina nuestras ilusiones y sueños. Inevitablemente me obliga a pensar en el tiempo. Ese mismo que es imposible de cambiar, mucho menos de detener.
Las preguntas no se detienen, dónde estaría si no hubiera hecho precisamente lo que he hecho y he vivido, y pensandolo bien, la verdad no quisiera cambiar nada, si eso hizo que ahora esté dónde estoy, simplemente ha valido la pena. A pesar que aún no me veo dónde quisiera, cada vez, poco a poco las cosas van poniendose ahí, dónde las quiero ver.
Grandes amistades, nuevos caminos, familia, establecerse y crecer. Se siente bien, y el tiempo se mueve a favor, y descubres que a pesar de lo complicado que es, siempre hay caminos y colores distintos con que ver al cielo que nos cubre, y que si apreciamos mejor las cosas, veremos que lo negro del universo se esfuma cuando vemos el azul que el cielo, el sol y la luna nos regalan, y que uno al respirar simplemente se apodera de él, de todo, de uno mismo.
Y que el reloj siga corriendo, que cada segundo que impregna a la realidad, lleva a todos los rincones del mundo, mi esencia, la prueba de que sigo aquí, caminando, justo a ese nuevo lugar que brilla en el horizonte.
El Abuelo.
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