La luz de la mañana entra tenue por la ventana, en medio de la confusión y se hacen notar las primeras notas que los pajaritos cantan afuera. Mis ojos se abren más y veo la claridad de la recámara, y es cuando caigo al piso y veo la realidad, por fin, un día tranquilo.
Hace mucho tiempo que no sonreía al despertar, y más aún, me estiraba sin prisa alguna. Es delicioso disfrutar ese baño que te das al despertar y no hay prisas. El agua va limpiando lentamente la contaminación de ayer, los suspiros llenan de calma mi espíritu.
Salgo a caminar bajo los rallos del sol, disfruto el ruido de la ciudad y me consiento como hace mucho no lo hacía. Hay días en que uno olvida por completo mimarse y muchos años después te das cuenta de todo lo que te has descuidado, pero un día como hoy me doy cuenta que no es imposible verse en el espejo y volverte a decir “Aquí estoy”.
Sin querer, no quiero que este día termine…
El Abuelo.
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